Es monumentalmente imperdonable que, en un contexto mundial donde el agua se ha convertido en el nuevo oro azul, Tamaulipas desperdicie la que tiene y la que le cae del cielo. Atención, la historia reciente lo advierte, suficiente con echar un vistazo a Oriente Medio, donde las tensiones por el control de ríos Éufrates y el Tigris han alimentado conflictos bélicos. En África, la presa del Renacimiento sobre el Nilo ha enfrentado a Etiopía, Egipto y Sudán en una disputa diplomática que amenaza con escalar. Naciones Unidas advierte que, para 2030, más del 40% de la población mundial vivirá bajo estrés hídrico severo.
Hablan del “segundo piso” de la Cuarta Transformación como si el primero no hubiera colapsado bajo el peso de su propia corrupción, su ignorancia técnica, su voracidad y su demagogia. Hoy la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo intenta construir sobre el lodo que dejó Andrés Manuel López Obrador, ese falso mesías que enarboló la bandera de los pobres para hundir al país en el pantano de la ineficiencia. Lo más absurdo es escuchar a su séquito repetir, con descaro e ingenuidad, que Tamaulipas es “uno de los polos de desarrollo económico del futuro”, sí, pero no por AMLO.
De qué futuro hablan, si el sur de Tamaulipas —Altamira, Ciudad Madero y Tampico— no está siendo edificado sobre cimientos firmes, sino sobre castillos de arena. Detrás de los discursos triunfalistas se esconde una verdad que no podemos maquillar ni con la propaganda. Es evidente que la política pública federal no ha invertido un solo esfuerzo serio en fortalecer el sistema lagunario del río Tamesí, la principal fuente de vida para toda la región.
En mayo de 2021, cuando el agua salobre salía de los grifos de las casas y la sequía aniquilaba miles de cabezas de ganado, el entonces presidente López Obrador, en uno de sus tantos actos de cinismo, prometió enviar a Blanca Jiménez a Tampico. La farsa fue doble: mientras pronunciaba esas palabras, ya la había propuesto como embajadora de México en Francia. El Senado la ratificó poco después. Nadie en la Comisión Nacional del Agua movió un dedo por el Tamesí.
Pasaron los años y, por suerte, no por gestión, las lluvias volvieron. Los ríos, lagunas y vasos lacustres se recuperaron, el semáforo hídrico se pintó de verde en el sur del estado. Pero el agua que hoy abunda sigue corriendo hacia el mar sin ser aprovechada. No hay un proyecto federal que contemple elevar las compuertas, reforzar los diques o ampliar la capacidad de almacenamiento. Ni siquiera existe una campaña de concientización para que la población capture agua de lluvia.
El mundo en el caino de una guerra por agua; Tamaulipas sin saber cómo aprovecharla, y mientras tanto, en México, el gobierno de la autodenominada “transformación” se entretiene en discursos huecos, inventando pisos donde solo hay ruinas. La retórica de desarrollo se desmorona cuando la realidad golpea, la infraestructura hidráulica del país está obsoleta, los sistemas de captación pluvial son inexistentes y el manejo del agua continúa siendo rehén del clientelismo político.
El sur de Tamaulipas no necesita propaganda, necesita ingeniería, planeación y sentido común. Porque cuando el agua falte —y volverá a faltar—, no habrá discurso que alcance para calmar la sed de un pueblo traicionado por su propio gobierno.
La 4T no construyó un segundo piso… levantó una escenografía barata sobre el mismo pantano donde ya naufragó el primero.
En la intimidad… Mientras tanto en la cotidianidad del servicio público, donde a veces las instituciones se ven rebasadas por la urgencia y la burocracia, el DIF Tampico decidió poner pausa para mirar hacia dentro y reforzar lo más elemental: la capacidad de respuesta humana ante la emergencia.
La Dra. Luz Adriana Villarreal Anaya, presidenta del organismo, abrió esta jornada de capacitación con una frase que refleja más empatía que protocolo: “La seguridad no es solo un procedimiento, es un acto de amor y responsabilidad hacia quienes confían en nosotros”. Y es justo ahí, en esa línea entre la técnica y la sensibilidad, donde radica la esencia de su gestión.
Durante dos semanas, 382 colaboradores del Sistema DIF estarán recibiendo instrucción directa por parte de especialistas de Protección Civil en primeros auxilios, control de incendios, y búsqueda y rescate. Más allá del adiestramiento, la apuesta es formar una cultura institucional de prevención —esa que tantas veces se invoca, pero pocas se materializa.
El director de Protección Civil, José Antonio Marín, lo resumió bien: “Esto habla de un gobierno humanista enfocado en la prevención y la seguridad”. Y sí, aunque las palabras suelen desgastarse en los discursos oficiales, en esta ocasión el mensaje parece venir de un lugar distinto: de una administración local que no espera la tragedia para reaccionar.
En la intimidad de los talleres, entre vendas, extintores y simulacros, se gesta algo más que un curso técnico. Se construye comunidad. Se cultiva empatía. Se entiende que el servicio público no es solo atención al ciudadano, sino protección mutua entre quienes comparten una misma vocación.
Y es que prevenir —como bien apunta la doctora Villarreal— también es una forma de amar.
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