En el noreste de México, especialmente en Nuevo León, es casi una obligación acompañar los platillos tradicionales con el famoso “chile del monte” o “chile piquín”. Desde frijoles hasta cabrito, este picante es parte esencial de la gastronomía local. Pero, ¿alguna vez te has preguntado qué implica que este codiciado ingrediente llegue a tu mesa?
A menudo, se pueden ver personas vendiendo bolsas de chile del monte en carreteras o en las afueras de tiendas de conveniencia. La pregunta más común que los compradores hacen es: «¿Por qué tan caro?» Sin embargo, pocos conocen el peligroso y arduo proceso que implica su recolección.
El chile del monte no crece en cualquier lugar. Según expertos, la semilla debe ser dispersada por aves que se alimentan de la planta para que pueda germinar de nuevo en los montes de la región. Para los recolectores, encontrarlo es una tarea que conlleva riesgo y esfuerzo, ya que se enfrentan a varias amenazas, siendo una de las más peligrosas la presencia de víboras de cascabel.
Este reptil, conocido por su letal veneno, acecha entre la vegetación donde crecen los chiles, cazando aves o roedores que se alimentan de los frutos. Un encuentro con una víbora puede ser mortal. Tras una mordedura, el tiempo para recibir atención médica es limitado a solo 13 minutos, lo que en muchas ocasiones, dadas las zonas remotas donde crece el chile, hace imposible llegar a un hospital a tiempo para recibir el antídoto.
Incluso cuando los recolectores evitan estos peligros, la jornada no deja de ser agotadora. Pasan horas bajo el sol abrasador, abriéndose paso con machetes a través de la maleza, con la esperanza de encontrar las plantas frondosas del apreciado chile piquín. En muchos casos, vuelven a casa con las manos vacías y el cansancio de una búsqueda infructuosa.
Por ello, cuando alguien te ofrezca una bolsa de chile del monte y te sorprenda su precio, es importante recordar el costo real detrás de su obtención: no solo se paga por el sabor, sino también por el esfuerzo y los riesgos que implica. Esta pequeña pero poderosa fruta es parte integral de la tradición y la gastronomía del noreste de México, y cada bocado es un recordatorio del arduo trabajo que conlleva su cosecha.