Desde la ya lejana época en la que tuve el privilegio de convivir con la familia de mi amigo Samuel Díaz (+), no había tenido el gusto de conversar con un agricultor, hasta el día en que fui invitado a desayunar por el Calabazo Villegas, un próspero agricultor que hoy está “alquilado” por el pueblo de Río Bravo, para atender las tareas de presidente municipal.
Si bien el encuentro con el alcalde riobravense lo motiva el interés de un periodista en conocer, de primera mano, el trabajo, la personalidad y el pensamiento de un político, debo decirles que los temas de la conversación fluyeron de lo público a lo familiar y privado, en ese encuentro con el presidente de la capital mundial del sorgo.
Es evidente que el Calabazo Villegas asume con seriedad el trabajo que le confiaron sus conciudadanos. Habla de las múltiples necesidades que hay en su municipio. De lo mucho qué hay por hacer. De los rezagos en la infraestructura urbana. De la necesidad de mejorar la prestación de los servicios públicos. De la magnitud de los retos y de la insuficiencia de los recursos.
Percibo con agrado que en el Calabazo Villegas no hay el
mínimo sentimiento o actitud patrimonialista en el ejercicio del poder. El presidente Héctor Joel Villegas habla de lo público, de lo colectivo, de su trabajo como presidente, como lo que es: administrador de los bienes públicos, organizador de los esfuerzos colectivos, cuidador de recursos que al ser de todos, de nadie son en particular.
Pero esa actitud que tiene en relación al gobierno y a la administración municipal, contrasta, y mucho, con el tono que utiliza para platicar, con orgullo y satisfacción, de sus éxitos como agricultor, de los trabajos que realiza en sus ranchos, y digo ranchos en plural, porque son varios los predios rurales que ha podido adquirir, para incrementar la superficie que su padre le heredó, en varias parcelas ubicadas al sur del municipio, en la colindancia con el municipio de Valle Hermoso.
Siempre he creído que para ser un buen gobernante, es necesario, o por lo menos conveniente, conocer la actividad económica a la que se dedican los gobernados, y eso se cumple perfectamente en el caso del presidente de Río Bravo, que sabe preparar la tierra, sembrar la semilla, regar donde se puede, y esperar las lluvias donde no, de cultivar la tierra, de combatir las plagas y de cosechar, cuando las cosas salen bien. El Calabazo también sabe que los problemas de los agricultores no terminan con la última pasada de la trilladora, porque aún falta batallar con las “recibas” y con las dependencias gubernamentales que “apoyan” a los productores agrícolas.
Me fue muy grata la charla con el Calabazo Villegas, entre otras razones porque me recordó a mi amigo Samuel Díaz y a su padre del mismo nombre al que apodaban “El Durango” que, como el Calabazo Villegas, también alternaba sus afanes y sus horarios, entre las tareas aduanales y la agricultura.
Por las atenciones y por provocar gratos recuerdos, agradezco al Calabazo Villegas.