Calles destrozadas, semáforos descompuestos, árboles caídos, basura acumulada, montículos de tierra y lodo en calles y banquetas, anuncios caídos o rotos, charcos de agua pestilente, aguas negras brotando de las alcantarillas, paredes con graffiti, arroyos de agua de lluvia, chatarra de autos por toda la ciudad, grietas en el pavimento y zanjas sobre los tubos de drenaje colapsados, banquetas obstruidas con ramas, cerros de basura domestica en los sitios donde deberían recogerla los empleados de limpia, Agentes de tránsito infraccionando con el mínimo pretexto.
Este es el panorama que encuentran los visitantes de la ciudad que en algún tiempo presumía del orden, la limpieza, la belleza y amabilidad de sus habitantes.
Esta es la imagen de la ciudad que todavía en los tiempos en que nos gobernaba el señor del sombrero, contaba con el trabajo de cientos de jardineros, la mayoría de la tercera edad, que con esmero le arrancaban el verdor a los camellones de las principales avenidas, y con amor y paciencia cultivaban las flores de sus plazas y jardines.
Esta es la estampa actual de la capital de Tamaulipas, de una ciudad que apenas seis años atrás fue el instrumento para sustentar un proyecto político camuflado como estrategia de campaña de promoción turística bajo la denominación del corazón de Tamaulipas.
Hoy la ciudad que es joya de Tamaulipas luce gris, desaliñada, maltrecha, amolada, disfuncional, deprimente… y es oportuno aclarar que no pretendo hablar mal de Ciudad Victoria, solo la describo.
Esta situación que entristece a propios y extraños, a lugareños y visitantes, tiene un responsable y su nombre no es precisamente Alex, ni se trata de un fenómeno extraordinario de la naturaleza.
Esta situación que me aflige porque es la ciudad en la que vive la autora de mis días y el hogar de varios de mis amigos más queridos, la ha provocado un sujeto al que no le importa ni el juicio de la historia, ni el desprecio de sus vecinos, ni el prestigio de su familia.
Los males de Ciudad Victoria los ha generado, profundizado y multiplicado un individuo que parece y actúa como autista, al que no le importa lo que digan los medios de comunicación, la vox populi y el jet set autóctono victorense, que es el medio en el que en forma exclusiva se desenvuelve.
Tres años han bastado para que Arturo Diez Gutiérrez eche por la borda el prestigio, como hombre de empresa, de su padre y la fama de empresario exitoso de su suegro Abelardo Osuna, a quien ahora se le reprocha el ser impulsor de la carrera política del yerno de oro de Victoria.
Un trienio ha bastado para que Diez Gutiérrez destruya la imagen de Ciudad Victoria como paraíso terrenal, sitio para la aventura, lugar de diversión y eje de una región de múltiples atractivos turísticos que con harto trabajo, creatividad y dinero esbozó su antecesor en el cargo de presidente municipal, Eugenio Hernández Flores.
30 meses han bastado para que los victorenses experimenten un sentimiento de arrepentimiento por confiar y darle el voto al pirrurris que el gobernador de Tamaulipas les propuso como sucesor y heredero de un proyecto que no supo continuar, de un trabajo que no ha podido desempeñar, de un reto que no ha podido atender, de una chamba que resulto muy superior a sus escasas luces, a su mínimo talento, a su incapacidad, indolencia, avaricia e irresponsabilidad.
El capítulo más reciente de esta historia de desamor y engaño que sufren en silencio los habitantes de Ciudad Victoria, es la demora en el pago de los trabajadores del municipio que en esta misma semana tuvieron que recurrir a un plantón para denunciar el jineteo que hacen del dinero que legítimamente les corresponde porque ya lo han devengado con su trabajo…
Y mientras más de dos mil familias padecen porque el patrón les quiere hacer de agua el producto de su trabajo, nadie sabe dónde anda el funcionario que lleva por apellido un guarismo que no honra, porque es el que se utiliza para calificar lo excelente.
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27 de julio del 2010