Los científicos saben desde hace años que hay vacunas que brindan una protección “de por vida”, como es el caso de la formulación contra el sarampión, o la de la varicela o el tétanos que protegen durante 10 a 20 años.
Los científicos saben que históricamente, las vacunas más eficaces han sido las que utilizan virus replicantes, que esencialmente generan inmunidad de por vida. En el caso de las formulaciones contra el sarampión y la varicela, utilizan virus que se replican.
Las que no se replican y aquellas que son a base de proteínas (como la del tétanos), no duran tanto, pero su eficacia puede mejorarse con la adición de un adyuvante, una sustancia que mejora la magnitud de la respuesta. Las vacunas contra el tétanos y la hepatitis A utilizan un adyuvante.
Contra COVID-19. las vacunas de Johnson & Johnson y AstraZeneca usan adenovirus no replicantes y no contienen adyuvantes.
Por su parte, aquellas de ARN mensajero de Pfizer y Moderna utilizan tecnología innovadora de punta, no contienen ningún virus. Como agravante, los virus y bacterias mutan para esquivar la respuesta inmunitaria que el organismo genera y son más difíciles de controlar.
Dejando de lado las complejidades de crear una vacuna eficaz para combatir un virus que cambia de forma, algunas esperanzas han girado en torno a la posibilidad de derrotar al COVID-19 al lograr la inmunidad colectiva, pero, según advierte el doctor Antia, la forma en que los coronavirus infectan el cuerpo lo hace desafiante.
“Es muy poco probable que las vacunas conduzcan a una inmunidad colectiva duradera para muchas infecciones respiratorias”, insistió el doctor Antia. Y agregó: “La inmunidad colectiva solo dura un período de tiempo modesto. Depende de qué tan rápido cambie el virus. Depende de qué tan rápido se desvanezca la inmunidad“.
Parte del problema es que los coronavirus se replican tanto en el tracto respiratorio superior como en el inferior.