Los talibanes estrechan el cerco sobre Kabul, desencadenando el pánico en parte de la población de la capital, sobre todo entre aquellos con vínculos con países occidentales durante los veinte años de guerra en Afganistán.
En la oficina de registro en Kabul para la obtención de nuevos pasaportes, una marea humana trata a la desesperada de entrar en las instalaciones, un objetivo que logran solo unos pocos, mientras una mayoría debe resignarse a volver a intentarlo al día siguiente.
Apenas unas semanas antes de que las fuerzas estadounidenses concluyan su salida de Afganistán, los talibanes aprovecharon la coyuntura y el domingo tomaron Kunduz, una ciudad al norte del país.
Kunduz, una población de 374.000 habitantes, fue la tercera capital de provincia capturada por los talibanes en tres días, y su caída supone un golpe duro para el gobierno afgano. La ciudad, situada en la provincia del mismo nombre, es un centro comercial vital cerca de la frontera con Tayikistán.
La campaña militar de los talibanes, que ha durado todo el verano, ha obligado a las fuerzas gubernamentales afganas a rendirse y retirarse de forma generalizada. A finales de julio, el grupo había tomado el control de la mitad de los aproximadamente 400 distritos del país. Las tropas gubernamentales abandonaron decenas de puestos de avanzada y bases, a menudo abandonando armas y equipos. En muchos casos, se rindieron sin luchar, a veces tras la intercesión de los ancianos del pueblo enviados por los talibanes.
Las victorias militares de los talibanes, especialmente en el norte de Afganistán, donde la oposición a los militantes ha sido tradicionalmente más fuerte, le dieron un colofón violento a la misión militar de Estados Unidos en su guerra más larga.
A mediados de abril, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, anunció que todas las tropas estadounidenses abandonarían el país antes del 11 de septiembre y declaró que su país había cumplido hace tiempo su misión de negar a los terroristas un refugio seguro en Afganistán.
Una misión de combate que ha perseguido a cuatro presidentes —que contaron con bajas estadounidenses, un enemigo despiadado y un socio gubernamental afgano a menudo corrupto y confuso— está llegando a su fin.