El alcohol salvó a la humanidad en algún tiempo

La relación de los humanos con el alcohol es sumamente curiosa, y en cierto modo podemos decir que determinó el mundo en que vivimos. ¿Sabíais que la era de las grandes exploraciones habría sido imposible sin el vino? Colón, Magallanes, sus tripulaciones no habrían llegado muy lejos de no ser por la habilidad que casi todos los humanos tenemos para descomponer el alcohol. Los barriles de agua que cargaban se echaban a perder pocos días después de zarpar.

Pero vayamos al principio. ¿Cuándo adquirimos esa capacidad? La respuesta es mucho antes de que llegásemos a existir como especie. En efecto, hace 10 millones de años, cuando el linaje de los gorilas y los humanos aún no se había separado, una mutación genética permitió nuestro ancestro común, un primate arborícola, descender al suelo, alimentarse de fruta caída (y fermentada) que contenía etanol, y obtener energía en el proceso.

Esa habilidad, le permitió sobrevivir cuando la fruta fresca escaseaba en las copas de los árboles. Y como sucede con todas las mutaciones, esta capacidad mejorada para descomponer el etanol se abrió camino en el acervo genético de la especie, porque otorgaba ventajas de supervivencia a su progenie. Así funciona la evolución.

Pero volvamos al pasado de los humanos y situémonos en el período histórico que va entre hace 10.000 y 14.000 años, hablamos de una de las últimas fases del paleolítico superior. Durante esta época, los humanos inician la transición entre el estilo de vida nómada y el agrario.

Dejar de viajar, establecerse y sembrar cultivos tenía sus ventajas innegables. Era más sencillo conseguir refugio, comida e interactuar con otros humanos. Al mismo tiempo aparecieron otros inconvenientes, entre los que destacan las primeras enfermedades transmitidas por el agua. Mucha gente viviendo junta sin moverse provoca montones de desechos humanos, cargados como sabemos de virus y bacterias, que se abren camino hacia el río, o pozo, del que el poblado obtiene el agua.

Lo explica perfectamente Steve Jonson en su más que recomendable libro: «El Mapa Fantasma». “Tan pronto como hubo grandes asentamientos, las enfermedades transmitidas por el agua, como la disentería, se convirtieron en un cuello de botella crucial para la población”.

¿Qué se supone que debes hacer si necesitas agua para sobrevivir pero no puedes fiarte de la calidad de esa agua contaminada? Para muchos la respuesta fue obvia:beber alcohol.

Ya sé que vivimos rodeados de noticias que hablan de lo perjudicial que resulta para la salud el consumo de alcohol, pero pensad una cosa. El etanol, que es el alcohol que bebemos, tiene propiedades antimicrobianas, y una vez metabolizado se convierte parcialmente en agua. La fórmula del etanol C2H5OH ya nos da pistas sobre los subproductos originados dentro nuestro cuerpo al oxidarse: agua (H2O) y anhídrido carbónico (CO2) entre otros.

¡Estábamos salvados! Habíamos descubierto una sustancia que nos hidrataba y que resistía la acción de los microbios.

Es cierto, el consumo continuado de alcohol en grandes cantidades terminaba por producir enfermedades mortales, pero si te hacen elegir entre morir a los 20 años de disentería o a los 40 de cirrosis… la decisión es bastante sencilla.

Así pues los riesgos de la cerveza y más tarde del vino, durante los primeros días de los asentamientos agrarios, se vieron más que compensados por las propiedades antibacterianas del alcohol. De ahí que beber alcohol se convirtiera en la norma en casi todos los lugares del globo. En aquellas culturas donde se consumía habitualmente, sus integrantes terminaron por producir un mayor número de cierta enzima llamada “alcohol deshidrogenasa”, que les ayudaba a metabolizar mejor a este residuo producido por las levaduras.

Y como en el ejemplo inicial de nuestro ancestro primate de hace 10 millones de años, los descendientes de estos agricultores con más facilidad para descomponer el alcohol obtuvieron ventajas de supervivencia, al tiempo que los que no eran capaces genéticamente de aguantar el licor, morían en mayor número sin dejar descendientes. Al cabo de múltiples generaciones, el acervo genético de los primeros se impuso sobre el de los segundos.

Y si antes dije que esto sucedió en “casi todos los lugares” es porque en efecto, hubo culturas que nunca llegaron a establecerse alrededor los campos de cultivo. Pensad por ejemplo en los nativos de Norteamérica o en los aborígenes australianos. Al contrario que nosotros, que descendemos de granjeros “borrachines”, los citados pueblos indígenas no contaban entre sus ancestros con personas cuyo metabolismo estuviera adaptado al alcohol. Eso es lo explica que el consumo de esta sustancia sea mucho mayor entre estas etnias que entre los descendientes de asiáticos, europeos o africanos.

Resumiendo, está muy bien que seas abstemio, sin lugar a duda tu salud saldrá ganando, pero piensa en que si estás aquí ahora es gracias a que tus antepasados pudieron sobrevivir bebiendo alcohol en los tiempos del “agua chunga”.