Donald Trump no ha reconocido públicamente que perdió la elección presidencial ni ha llamado al ganador, el demócrata Joe Biden, como ha sido históricamente la práctica democrática de los candidatos que no logran ser electos. En cambio, ha clamado con estridencia que la elección fue fraudulenta y que se le robó el triunfo, pero no ha presentado evidencia que pruebe que se registraron irregularidades graves en los comicios, ni él ni sus aliados en los medios ni sus abogados ante las cortes.
Por añadidura, no está colaborando con el equipo del presidente electo para propiciar una transición fluida ni le ha dado acceso a información de inteligencia que es de gran importancia para prepararlo para asumir sus obligaciones en materia de seguridad nacional.
Trump y su entorno siguen clamando que revertirán el resultado electoral con demandas judiciales, recuentos y otros movimientos, pero ante la patente falta de pruebas el alegado fraude sería meramente ruido, signo del malestar personal de Trump y del descolocamiento de su entorno ante la realidad de que dejarán el gobierno el 20 de enero de 2021 y será Biden quien asuma el poder.
¿Pretende realmente Trump aferrarse al poder más allá de esa fecha? Algunos han aludido a la posibilidad de desplantes autoritarios y hasta de una suerte de golpe, aunque muchos ven tal posibilidad improbable. La incertidumbre, con todo, es perniciosa y todo ese caos y resistencia a la transición erosiona la institucionalidad democrática del país y caldea los ánimos de los seguidores más leales de Trump.
Pero para varios analistas, en el fondo es una pantalla y una preparación. De acuerdo a The Washington Post, Trump en realidad no tiene un plan que le permita ganar la elección ni verdadera expectativa de ello y más allá su estridencia y resistencia actual estaría ya hablando con algunos aliados sobre la posibilidad de mantener influencia política y postularse de nuevo a la presidencia en 2024.
Es decir, está asumiendo que dejará el poder y será desplazado por Biden pero al mismo tiempo preparando, o imaginando, un retorno en cuatro años. Esa decisión de volverse a postular podría ser anunciada por Trump tan pronto como diciembre próximo, de acuerdo a Business Insider.
El sueño o la pesadilla de 2024
Ciertamente, que él diga que quiere postularse no significa que logrará la nominación republicana de 2024 ni tampoco que en ese supuesto ganará la elección de noviembre de ese año. Trump podría desde luego fracasar en su búsqueda de la candidatura o perder de nuevo la elección.
Pero tener esa ventana le permitiría ejercer una fuerte presión sobre el Partido Republicano y, sobre todo, mantener activos a sus muy numerosos seguidores con la noción de que en 2020 se les robó la elección pero serán vindicados en cuatro años.
La escena de un Trump victorioso volviendo a la Casa Blanca en enero de 2025 es un sueño despierto para el actual presidente, que deberá enfrentar la realidad de salir vencido de la residencia presidencial en enero de 2021. La idea, así, de postularse de nuevo es una suerte de bálsamo político-psicológico para Trump y sus seguidores más fervorosos.
Ese plan no necesariamente es auspicioso para muchos en el Partido Republicano.El mismo vicepresidente Mike Pence, por ejemplo, tiene aspiraciones presidenciales y podría ser una de las figuras más relevantes en un futuro proceso primario en 2023-2024. Pero ello quedaría fuertemente truncado si Trump se postula de nuevo.
Otras figuras republicanas, entre ellas gobernadores y varios senadores que ya han buscado la presidencia y podrían buscarla de nuevo en 2024, verían obstaculizado su camino. La noción de una nueva primaria con Trump como aspirante, similar a la de 2015-2016, no les sería a ellos muy agradable y, en realidad, no es descabellado pensar que Trump podría pretender ser el nominado candidato de tajo, sin una primaria competitiva, gracias al empuje de su enorme base de seguidores.
Trump obtuvo en los comicios de 2020 más de 72 millones de votos, la mayor cantidad que jamás ha logrado un candidato presidencial republicano y solo superado por el récord histórico en una elección presidencial, los más de 77 millones de votos que logró el demócrata Biden en esta misma elección.
Y aunque Trump no tiene en automático tales votos asegurados para una futura contienda, sí es signo del enorme respaldo que acumuló dentro del Partido Republicano, sobre todo en su ala de derecha radical. Esa masa de votos es el cimiento con el que Trump presumiblemente buscará mantener el control del Partido Republicano tras dejar la presidencia y lanzar de modo muy temprano su candidatura para 2024.
Y ese gran apoyo popular también, posiblemente, le permitiría tener una fuerte base popular en caso de que decidiera romper con el Partido Republicano y seguir de modo independiente. Con todo, el control que tiene sobre el partido y la dificultad de competir como un tercer candidato sugieren que optará por tratar de mantenerse como el patrón de la derecha estadounidense.
En contrapartida, podría decirse que esos 77 millones de votantes de Biden podrían a su vez movilizarse para contrarrestar, en su caso, un intento de Trump de volver a la Casa Blanca.
La campaña de recaudación de fondos que se ha lanzado en el entorno de Trump, declaradamente para financiar recuentos de votos en varios estados, en realidad tendría como objetivo, según Politico obtener dinero para cubrir deudas de la pasada campaña y financiar una estructura, un comité de acción política, para influir políticamente en el futuro y apoyar iniciativas y nuevas campañas de Trump y sus aliados.
Aprovechar que la situación postelectoral aún está “caliente” entre sus seguidores más entusiastas sería clave para que esa campaña logre recaudar el mayor dinero posible entre los seguidores de Trump.
Lo que le falta es gobernar
Más allá del futurismo, esas actitudes y planes tienen un ángulo punzante: mientras Trump se queja de fraude inexistente, se resiste a la transición e imagina retener influencia y un retorno en 2024, hoy mismo, en su calidad de presidente, estaría apartado de su responsabilidad de gobernar.
La pandemia de covid-19 ha llegado en Estados Unidos a niveles récord de casos y hospitalizaciones, y el espectro de hospitales sobrepasados y nuevas oleadas de fallecimientos ronda perturbadoramente. Más de 241,000 estadounidenses han fallecido hasta ahora y se teme que decenas de miles más mueran en lo que resta del periodo presidencial de Trump. Un agravamiento de la crisis económica a causa del auge del covid-19 es también una posibilidad inquietante que requiere acción.
Pero el presidente ha estado ausente del problema, algo grave y escandaloso incluso si se considera que Trump ha sistemáticamente y durante meses minimizado la enorme severidad de la pandemia. Ni siquiera ha salido públicamente a anunciar planes para una campaña de vacunación futura ahora que al menos una farmacéutica podría tener una vacuna de alta seguridad y eficacia lista para ser aplicada en próximos meses.
Ha sido en realidad el presidente electo Biden quien ha asumido un papel activo y público para encarar la pandemia y ha exhortado a la población a colaborar para mitigar los contagios.
Incluso algunos medios han reportado que la última ocasión en que la agenda pública de Trump mostró que tenía prevista una sesión de revisión de cuestiones de inteligencia fue en octubre pasado. Y, en contrapartida, otros medios comentan que el presidente pasa actualmente muchas horas al día viendo televisión (algo que ya era parte de su rutina) y hablando por teléfono con amigos y aliados para buscar, según sugiere The Week, escuchar validaciones reconfortantes de sus ideas y posiciones y apoyo para sus planes futuros.
Al parecer, Trump quiere retener los privilegios y el relumbre del poder pero no asumir sus responsabilidades ni afrontar sus consecuencias.