Es conocido por ser uno de los últimos países del mundo de cultura nómada, por estar entre dos gigantes… y, desde ahora, también por su exitosa estrategia contra la pandemia del coronavirus.
Mongolia tiene un récord extraordinario: desde que empezó la pandemia, no ha registrado ni un solo caso de transmisión local de covid-19 y ninguna muerte atribuida a esta enfermedad.
Cero.
Y eso que tenía algunas características que lo hacían un país vulnerable.
Está pegado a China, donde se identificó por primera vez el virus que ha sacudido el planeta. Y cuenta con estrechos lazos con Corea del Sur, que experimentó uno de los primeros grandes brotes tras Wuhan y donde hay una población relativamente grande de trabajadores migrantes mongoles.
Pero la pequeña Mongolia, de 3,2 millones de habitantes, actuó rápido, de forma contundente y holística, con una estrategia alabada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) pero que no ha acaparado tanta atención internacional.
El vecino del sur
Rebobinemos unos meses. Es enero de 2020 y, cuando el mundo aún andaba despistado por la entrada de un nuevo año, en China se empieza a confirmar lo peor.
- 7 de enero: Pekín ratifica la existencia de un nuevo coronavirus; patógeno de la misma familia que el SARS, que a principios de los 2000 preocupó especialmente a Asia, dejando casi 800 muertos y más de 8.000 casos en el mundo, la mayoría en esa región.
- 20 de enero: las autoridades chinas confirman que el nuevo coronavirus, que acabaríamos conociendo como SARS-CoV-2, puede transmitirse entre humanos. Por ese entonces, había solo cuatro muertos confirmados en el país y unos 200 casos registrados.
En Ulán Bator reciben las noticias de su vecino del sur y no se la juegan.
Cierre de escuelas (desde el 24 de enero), restricciones de movimiento desde China (desde el 31 de enero) y posteriormente cierre total de fronteras y suspensión de todo viaje aéreo internacional, ferroviario o por carretera.
A ello, se sumó otra medida sin precedentes y controvertida: la cancelación de las celebraciones por el Tsagaan Sar, el Año Nuevo lunar mongol.
«Como resultado de estas medidas tempranas, el país fue capaz de ganar un tiempo muy valioso para fortalecer [su sistema de] preparación», subrayan a BBC Mundo desde la oficina regional de la OMS en Mongolia.
Las claves, para el organismo, son claras: medidas tempranas y firmes, pero también un sistema de rastreo de casos para detectar los contagios lo antes posible, ubicar los contactos de estos y frenar la transmisión con la participación ciudadana.
En esta pandemia, Mongolia puso a prueba un sistema que lleva construyéndose una década, tras el embiste del SARS a principios de los 2000 pero también de un nuevo virus de la influenza A (H1N1), que se convirtió en pandemia en 2009.
Entre los aspectos destacados de la respuesta de Mongolia está un sistema de vigilancia multisectorial, que detecta cualquier incidente y emite alertas tanto a organismos sanitarios como de otras áreas, como medios de comunicación; y un enfoque «que abarca a toda la sociedad», inciden desde la OMS.
Las autoridades abrieron líneas directas de comunicación y ampliaron sus intervenciones sobre la covid-19 «en una etapa temprana del brote», con sesiones informativas conjuntas entre el gobierno y la OMS por diferentes canales o redes sociales.
Y el público escuchó.
«Por la capacidad del sistema sanitario de Mongolia, tanto el gobierno como el público han estado muy preocupados por el virus y la gente ha cumplido de manera obediente con todas las medidas«, señala a BBC Mundo Baljmaa T., periodista de la agencia mongola de noticias, Montsame.
El uso de mascarillas, una práctica a la que, como ocurre con gran parte de la población asiática, los habitantes de Mongolia están acostumbrados, también es destacado por expertos en el país.
El gobierno requirió el uso de mascarillas en espacios públicos y por parte de funcionarios, trabajadores de bancos, tiendas o mercados desde enero, a riesgo de ser multados con US$54, mientras el personal sanitario y líderes comunitarios insistían en la importancia de esta práctica y el lavado de manos, subrayaba Gendengarjaa Baigalimaa, oncóloga en un hospital de la capital mongola, en un artículo para la Universidad de Stanford en mayo.
«Estas medidas ayudaron inmensamente a contener la propagación de la covid-19. También supusieron la drástica reducción del número de casos de gripe (…). Y otro beneficio inesperado fue la caída de infecciones gastrointestinales entre menores: los niños se estaban quedando en casa y lavándose las manos de manera idónea», detalló.
El primer caso de covid-19 se detectó en Mongolia a principios de marzo, un ciudadano francés que viajó al país vía Rusia y que se recuperó satisfactoriamente. Desde entonces y hasta este 12 de julio, se habían registrado 230 casos, todos ellos importados.
De entre ellos, 202 se han recuperado.
Desde la OMS reconocen que siempre existe la posibilidad de que haya casos que no se detecten, pero afirman que las fuentes disponibles apuntan a que no hay evidencia de transmisión comunitaria.
En un país como Mongolia, con la menor densidad de población del mundo (2 habitantes por km2), se podría pensar que es una tarea fácil, pero la situación es más compleja.
En la gravemente contaminada capital se concentra alrededor del 40% de su población total (más de 1,5 millones) y cuenta con conexiones directas y diarias a China y otros países de la región: solo hace falta un vuelo de dos horas para llegar desde Pekín a Ulán Bator; y menos de cuatro horas desde Seúl.
Críticas
Pese al éxito contra la covid-19, la estrategia de Mongolia también ha tenido sus críticas.
Al cerrar rápidamente sus puertas al exterior, el país también bloqueó la entrada de sus propios ciudadanos, lo que le ha granjeado numerosas críticas.
«El público está criticando duramente al gobierno por la lenta repatriación de sus ciudadanos en el extranjero, ya que mucha gente se ha quedado varada fuera del país desde febrero», explica Baljmaa.T.
Las autoridades pusieron en marcha un sistema de repatriación a través de la aerolínea estatal MIAT, con un duro periodo de cuarentena a la llegada: 21 días en un centro gestionado por el gobierno y 14 días en casa después.
Casi 13.000 personas han sido repatriadas desde febrero, pero se calcula que otras 10.000 siguen a la espera de volver, informó Montsame.
Desde dentro, también arrecian las críticas por el duro golpe de las estrictas medidas en la vida diaria de la sociedad, desde la limitación de los horarios de apertura de restaurantes o bares hasta el cierre de museos, cines o la prohibición de que los niños estén en lugares públicos, que aún persiste pese a los buenos datos.
«La prohibición de reuniones supuso un fuerte descenso de la actividad económica, especialmente para los pequeños comercios», explicaba Saranzaya Gerelt-Od, veterana investigadora de la Fundación Asia en Mongolia, en el podcast InAsia.
«Entre enero y marzo, la gente estaba muy asustada, porque China está muy cerca», incidía desde la oficina de la fundación en Ulán Bator, destacando la difícil situación por la que pasan los emprendedores en el país, especialmente las mujeres, a las que su organización ayuda.
El ambiente se ha visto enrarecido, además, durante la reciente campaña para las elecciones parlamentarias celebradas el 24 de junio, en las que el socialdemócrata y heredero del antiguo Partido Comunista, el Partido Popular de Mongolia (PPM), revalidó su mayoría.
Las escenas de actos de campaña sin distanciamiento social provocaron el rechazo de la población, que este año también tuvo que ver como su otra gran fiesta nacional, el Festival Naadam, sufría restricciones.
Los llamados «tres juegos del hombre», que rememoran el imperio de Genghis Khan y celebran el día en que Mongolia se alzó como un país libre e independiente, terminan este 15 de julio (casi) sin público.
Un grupo de privilegiados -entre ellos, altos cargos de la política- sí pudo disfrutar en primera línea de las competiciones de tiro con arco, las peligrosas carreras de caballo protagonizadas por menores o la lucha de pesos pesados, que comúnmente atraen a personas de todos los puntos del país.
Las escenas de esta colorida competición rememoran el pasado imperial mongol y es a esta etapa de su historia a la que algunos vuelven para explicar la victoria mongola contra el coronavirus.
Desde un historiador a un chamán o un médico sacaban a colación el nombre de Genghis Khan para hablar del éxito mongol, escribía el autor y economista en Ulán Bator Antonio Graceffo en el diario The South China Morning Post (SCMP).
«Hicimos lo mismo ahora que en los días de Genghis Khan. Los mensajes del gobierno desde Ulán Bator fueron rápidamente trasladados a los nómadas en las provincias más remotas», remarcaba el doctor Chinburen Jigjidsuren, asesor especializado en asuntos de Salud del primer ministro.
«El Ejército de Genghis Khan era muy disciplinado. Y esa disciplina ha llegado hasta nosotros«, defendía. «Así que, cuando el gobierno da la orden de llevar mascarillas o quedarse en casa, la gente cumple».