Big brother 

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La visita del presidente mexicano a los Estados Unidos de América tenía muchas razones de ser. Andrés Manuel y Donald Trump comparten, además de una personalidad similar, una serie de problemáticas gubernamentales que solamente mostrándose como grandes amigos, aliados y excelentes vecinos de entera confianza y respeto, podría ayudarles  a subsanar. Donald apostó por un discurso de respeto, cálido y conciliador; México es una gran nación.

De este lado del río Bravo, la corrupción, empresas factureras, tráfico de influencias y una política clientelar son los males de males, sin dejar de lado el cáncer compartido para con la nación de las barras y las estrellas en donde el presidente Trump disputa su reelección; claro que nos referimos al terrorismo de los sanguinarios pistoleros, trafico de órganos y de personas; armas, la migración ilegal y una caída desenfrenada de ambas economías, en este caso en particular,  a causa del Covid-19 (el virus de China), diría el anfitrión.

Los más radicales podrían calificar como el “vituperio del Siglo XXI”, la fracción del discurso donde Donald Trump refiere que él y su homólogo López Obrador, son similares a los grandes líderes y grandes personas Abraham Lincoln y Benito Juárez.

Ambos nacionalistas, refiriéndome a Trump y Obrador, se enfundan en la historia moral de Juárez y Lincoln, cuando el norteamericano está entrando a la recta final de su carrera política con un triunfo electoral casi inminente; sin embargo, el mexicano no termina de celebrar el segundo aniversario de su victoria en las casillas, y mal mal no anda, pero tampoco tan bien. Está claro que ellos, como los de ayer, aún tienen mucho por resolver para ambos países de América del Norte.

En esta ocasión Trump y López se reunieron bajo el pretexto de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio, considerada esta como una gran victoria de dos políticos que según el Tío Sam, revolucionará el futuro económico de ambas naciones y que se da en medio de una relación amigable a la que muchos apostarían fuera contraria, pero estamos en campaña y se juega el voto de 36 millones de mexicanos que habitan del aquel lado del muro construido por Trump, así que hoy la mano es amiga, yo no sé mañana.

El T-MEC es el más grande que jamás se haya hecho, dijo Trump; reconoció la participación de los canadienses, pero sabe que con México se juega no sólo la enorme productividad y la gran cantidad de trabajos que se podrán generar; en un romance entre los Estados Unidos y el pueblo de México, fortalecido esto con un contundente cambio en el discurso, ambos presidentes como sus respectivas naciones, podrían ganar más que con esa ‘verboguerra’ que les caracteriza.

Ahora, a esperar que la cena haya sido buena para que el presidente mexicano entienda que los líderes económicos nacionales y globales, los dueños del dinero propio y no del erario, definitivamente no son el enemigo a perseguir y vencer, que con la iniciativa privada se puede hacer alianzas y crecer… para que nos engañamos, los de Shark Tank México, se lo pueden dar a entender.

Por cierto del regalito, el ex gobernador de Chihuahua, César Duarte Jáquez, ¿condena al PRI a servirle a Morena?

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