Su trabajo en la película Roma, dirigida por Alfonso Cuarón, reflejó los problemas que existen actualmente en la sociedad mexicana: racismo, machismo, desigualdades económicas… Aunque la trama se desarrolla en los años setenta, la actualidad no dista mucho de aquella época. Yalitza Aparicio aprovechó el éxito del largometraje (que le valió una nominación al Oscar) y su experiencia personal, pues es de origen indígena, para continuar dando voz a personas que sufren discriminación.
Ahora, dentro de su labor como activista, la actriz escribió un artículo de opinión en The New York Times en el que le pide a artistas, escritores y pensadores que respondan a la siguiente pregunta: «¿Por qué importa el arte?».
Formar parte de aquél proyecto cinematográfico le sirvió para comprender la relevancia del arte, algo que era ajeno a ella antes de conocer a Cuarón. «Cuando era pequeña no me sentía relacionada con las personas que veía en la pantalla, los actores y actrices lucían muy distintos a las personas que conocía y los temas que trataban parecían preocupaciones de un mundo distinto al mío», escribe Aparicio. Pero que el director mexicano llevara a la gran pantalla a un personaje como el suyo -Cleo, una empleada del hogar mixteca- dio visibilidad a personas que no solían aparecer en el cine o la televisión, excluidas tanto en estos medios como entre la población.
La discriminación la padeció Aparicio «en carne propia». Cuando la nominaron al Oscar como Mejor actiz -la primera indígena en estar nominada en esta categoría y la segunda mexicana, después de que Salma Hayek ganara por Frida, en 2003-, recibió multitud de comentarios racistas en redes sociales, pues había personas que no la consideraban digna representante de su país, ya que no tenía la piel blanca. «Fue difícil leer y escuchar esos comentarios, pero también me ayudó a darme cuenta de lo importante de representar desde el arte -pero también desde la sociedad civil y la política internacional- el enorme valor que tiene la diversidad», revela la intérprete.
Su faceta de actriz le hizo ver la importancia de luchar por una mayor representación de estos colectivos en la cultura. «Es el primer paso para que el resto de la sociedad se de cuenta de la importancia de sumarse a la lucha de los derechos de un mundo más diverso e inclusivo», concluye.
Al principio pensó que el papel de Cleo le venía grande y ahora es embajadora de buena voluntad de la Unesco para los pueblos indígenas. A la audición se iba a presentar su hermana, pero decidió renunciar a esa oportunidad por su embarazo y le insistió a Aparicio, que por aquel entonces estaba dedicada al magisterio. Después de Roma, intervino en un par de proyectos más y su carrera como actriz parece haber frenado. Sin embargo, comentó el pasado octubre a El País que tiene entre manos dos rodajes, uno en México y otro en Estados Unidos, que tratarán sobre «la lucha por los derechos de las mujeres y de la desigualdad de oportunidades».
La acogida de Roma trajo consigo mejoras sociales en México -el Tribunal Supremo aprobó el año pasado garantizar la seguridad social a los trabajadores domésticos- y una popularidad que le resulta extraña a Aparicio. Ha sido portada de la revista Vogue en su país, ha asistido a desfiles de moda y ha formado parte de diferentes eventos en los que nunca se había imaginado. Una situación que la obliga a recordarse a sí misma de dónde viene y por qué está ahí. «No hay diferencia entre la Yalitza de hace cinco años, que se gastaba parte de su sueldo en comprar material escolar para sus alumnos, y la de hoy. Siempre he soñado con un cambio. Ahora puedo hacerlo realidad a mayor escala», relató entonces la actriz, que lucha por la preservación de la diversidad cultural.
Algo de lo que no pudo disfrutar de pequeña es del aprendizaje de las lenguas originarias. «Estoy orgullosa de ser una mujer indígena, aunque me apena no haber tenido derecho a aprender mis lenguas. Mis padres creyeron que era la mejor manera de protegerme de la discriminación», comentó ese mismo mes en la sede de la organización cultural de Naciones Unidas, en París.