TLAHUELILPAN.- La cifra de muertes sigue subiendo. A tres días de la explosión en un oleoducto mexicano, ya son al menos 85 los muertos, decenas los heridos y varios más los desaparecidos, por lo que las autoridades no descartan que la cantidad de víctimas aumente aún más.
El ducto Tula-Tuxpan sufrió una perforación el viernes a pocos kilómetros de una de las principales refinerías del país. Según las autoridades, alrededor de 800 personas se reunieron para llenar cubos y contenedores de plástico con combustible, en medio de la estrategia del nuevo gobierno de Andrés Manuel López Obrador para detener el robo, su primera gran ofensiva para acabar con la corrupción y el crimen organizado.
Isidoro Velasco estaba entre esas cientas de personas que se acercaron al lugar. En la tragedia, este hombre de 51 años perdió a dos de sus familiares (su cuñada y uno de sus hijos) y ahora espera noticias de su otro sobrino, Enrique, quien llegó al Hospital Magdalena de las Salinas con 95% de su cuerpo quemado, según lo publicado por el diario El Universal.«Mi sobrino tiene 28 años, es joven, apenas me dijo mi hermana que sus quemaduras también son internas y le dañaron los riñones, eso es lo más grave».
Velasco trabaja en el campo y reconoce que tanto él como sus seres queridos sabían que acarrear gasolina en tambos era peligroso. Sin embargo, asegura que la necesidad fue más grande. «Estábamos conscientes de que era un riesgo jugar o estar enfrente de la gasolina, pero no imaginábamos que esto llegaría a una gran explosión que acabaría con muchas vidas. La necesidad de tener ese líquido nos llevó ahí. Mucha gente perdió la vida a causa de la necesidad, eran campesinos igual que yo y nosotros para poder trabajar requerimos del líquido, ahorrar es nuestra mayor prioridad y por eso fuimos por unos litros, ahora muchas familias en Teltipán de Juárez han fallecido a causa de eso», declara.
Los Velasco llegaron a la fuga del ducto luego de recibir mensajes de texto en los que les avisaban lo que estaba pasando. «Nos comunicaron los vecinos y amigos que estaban regalando la gasolina y pues nos fuimos, yo me dedico al campo y doy gracias porque pude salir antes del suceso. Me retiré y explotó unos 15 o 20 minutos después, cuando regresé había un olor muy fuerte e insoportable y estábamos a 120 o 100 metros, esa fue una seña de que ya estaba al borde de la explosión».
Dolido por lo que pasó, reclamó al gobierno de México que preste atención a lo que le pasa a la gente e insistió en que los que fallecieron no era ladrones, sino gente con necesidad: «Todos querían llevar gasolina para sus vehículos porque hasta ese día había desabasto en esa zona, muchos no encontraron gasolina a ningún precio, lo que ha hecho el gobierno está bien, pero solo le digo al presidente que para nosotros que trabajamos el campo es imposible pagar la gasolina a un precio tan caro, es una injusticia, pienso que deberían bajar el precio».
La historia de Velasco es apenas una de tantas. Antonio García y su familia también sufren: no tienen noticias de Lupillo, su sobrino de 17 años, y temen que figure entre los muertos. «Empezamos a buscar y no aparece en algún hospital. Mi sobrina viene de México, le hicieron la prueba de ADN y nos vamos a ir a Tula para que identifique si está entre los cadáveres», dice García, quien se dedica a la agricultura.
«No sé que fue a hacer ahí, es un muchacho que era buena gente o es, sigo pensando que es buena gente», dice y critica a quienes fueron a buscar gasolina: «¿No alcanzan a pensar que en cualquier momento se podía prender eso? Es lo que me extraña de mi sobrino. Siempre andan comprando su gasolina, no sé por qué fueron ahí».
García se enoja porque él también tuvo la posibilidad de ir, pero eligió no hacerlo. La tarde de la tragedia unos primos pasaron por la puerta de su casa con bidones y lo «invitaron» a juntar gasolina en la toma clandestina. «Qué miedo, mejor yo la compro», le respondió a uno de ellos, que poco después regresó con un garrafón repleto del carburante.
Ahora, no tiene consuelo.
La medida de AMLOA finales del mes pasado, el presidente lanzó una ofensiva contra el robo de hidrocarburos, que según el gobierno significó pérdidas por unos 3000 millones de dólares para la petrolera estatal Pemex en 2017.
El plan, que consiste en el cierre de tuberías para evitar que sean «ordeñadas» por delincuentes, provocó una escasez generalizada de gasolina en el centro del país, incluido Hidalgo, al norte de Ciudad de México.
A pesar del desastre, López Obrador dijo que su decisión de combatir el robo, conocido localmente como «huachicol» no se había debilitado.
Los funerales
Habitantes de Tlahuelilpan entierran desde el domingo a algunos de los 85 fallecidos por la explosión del ducto. En una de las iglesias de Hidalgo, a unos 120 kilómetros de la capital mexicana, decenas de personas del pueblo y de localidades cercanas se daban cita para despedir a los fallecidos y acompañar a los familiares.
«Por los medios nos enteramos de que los culpan, pero pues yo no soy nadie para juzgar», dice Reyes Ramírez, un vecino de 55 años, quien llegó con su familia para apoyar a los vecinos.